REFLEXIÓN
Campo Elías Estrada
cestradacampo@gmail.com
Reunidos en mi casa del barrio Fátima, en Colombia, minutos antes de que terminara el 2024, cada integrante de mi familia hizo una oración al Creador, para despedir el año. La mía fue la más breve y la más sencilla. Dije, que le daba gracias a Dios por la vida, que es lo más grande que tenemos, porque si no estuviera vivo, no hubiera podido compartir este momento con ellos.
Hoy 18 de enero, cuando ajusto 64 años de vida, pienso que estar respirando no se puede comparar con nada, ni siquiera con el amor de los padres o el cariño de un hijo, un hermano, una esposa, esposo, o un amigo. Vivir es un regalo de Dios, con el que se puede reír o llorar por nuestros padres, o tener un afecto especial por un hijo, un hermano, una esposa, esposo, o un amigo.
Cuando mi tía Clara Inés, una religiosa franciscana, me invitó a Panamá, hace 43 años, ella tenía 46 años y yo apenas 21. Me parecía que ella estaba vieja, porque así ve un joven de 20 años a un cuarentón, como lo experimenté yo a esa edad.
Hoy, cuando estoy llegando a los 64 años, me parece que es una bendición y un privilegio que no han podido tener millones de personas, que se quedaron cortos en esta gran maratón de la supervivencia.
Y a pesar de mi edad no me avergüenzo en admitirlo, siento que hoy todavía no he madurado, si me apego a la definición que dicta el manual de la vida. Porque como muchos, todavía me siento un chiquillo por dentro, a pesar de que por fuera mi cuerpo está hecho ya de retazos.
La madurez es un estado de ánimo en el que el hombre se hace más sensato con la vida y deja de actuar como el joven que fue hace mucho tiempo.
Si me sujetara a esas palabras, no me imagino cómo sería, porque como muchos inmaduros de más de 60 años de edad, a mi me sigue gustando las fiestas, la cerveza, el licor, el baile, el bar, el carnaval, sin haber dejado de admirar nunca a la belleza de una mujer.
A pesar de que en mi edad adulta he confrontado fuertes quebrantos de salud, que por milagro sigo de pie con vida, uno nunca deja de darle gracias a Dios, pero sin ventilarlo a los cuatro vientos como hacen muchos.
Llegar a más de 60 años hace que la realidad de la vida se haga más difícil, porque habrá un momento en que uno no se podrá valer por si mismo, pero eso nunca impedirá que este espíritu de bohemio siga metido en los cuerpos arrugados de muchos adultos, que siempre nos deleitamos escuchando una buena melodía, principalmente, de nuestra época juvenil.
Solo hay una vida y hay que vivirla a plenitud, admitiendo siempre, en que la muerte es para los enfermos, los sanos, los médicos, las enfermeras, los negros, los blancos, los sacerdotes, los pastores, los millonarios, los pobres, los jóvenes, los viejos, los religiosos, los ateos, los deportistas, los buenos, los malos, los santos, los pecadores, los maduros y los inmaduros.
La muerte es lo único seguro que tenemos cuando le abrimos los ojos a este mundo, por eso, cuando cumplimos más de 60 años, se dice que es un año menos de vida que nos queda. Entonces, habrá que mentalizarnos, pensando en que desde hoy estamos viviendo días extras.
Después de los 60, cada quién vive la vida a su manera. Los maduros, con ese estilo propio que dictan las normas, y los inmaduros, con todo lo contrario. Lo importante es vivirla con alegría y a plenitud, haciendo ejercicios para tener el cuerpo saludable, no dejar que nada ni nadie altere los últimos años de vida que nos quedan. Tratando de alejarse de la gente ruidosa, haciendo el bien sobre todas las cosas e intentando vivir en paz, algo que es fácil de decirlo, pero difícil de hacerlo.
Cada uno hace su vida después de los 60, ahora en su nueva etapa de jubilado, una nueva faceta que muchas veces nos desespera por no tener nada que hacer. Entonces, con mayor razón, habrá que saber vivir en ese nuevo estado de gracia, a su propio antojo, tanto para los que hablan con su silencio como para los más extrovertidos en su actuar, pero sin dejar de ser responsables con el hogar, con sus hijos, y sin desprenderse nunca del seno de la familia ni de las buenas amistades.
Es placentero estar viviendo otro año y haberme jubilado en un país que me acogió como un hijo suyo, en el que me naturalicé, en el que me hice papá, en el que me jubilé, en el que quisiera morir, y en el que ejercí la profesión de periodista con un grupo de grandes colegas, algunos muy particulares, a los que siempre se los he dicho: ustedes fueron los que me corrompieron en esto de la farra y de la vida bohemia.
Pero con todo lo malo, la vida es bella. Por eso, como se escribió alguna vez, hay que escuchar el himno a la vida que cantó Mercedes Sosa, para reconocer la grandeza del regalo más hermoso, que todavía nos mantiene respirando:
"Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la marcha de mis pies cansados. Con ellos anduve ciudades y charcos. Playas y desiertos, montañas y llanos. Y la casa tuya, tu calle y tu patio".....
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