20 DICIEMBRE DE 1989
Campo Elías Estrada
cestradacampo@gmail.com
"¡Despierta Campo Elías, despierta! ¡Están invadiendo!", fueron más o menos las palabras con las que la señora Evelia me despertó cuando faltaban un par de horas para que terminara el miércoles 20 de diciembre de 1989, en Panamá.
Vivía en San Antonio, distante como a 20 kilómetros de El Chorrillo, donde sucedió la masacre. Esa noche, entre la oscuridad, habían aparecido por sorpresa cientos de militares norteamericanos, que como el mismo diablo en persona, fueron disparando a diestra y siniestra contra edificios, casas, y todo lo que se moviera.
!Boom!, ¡boom!, ¡boom! se escuchan a lo lejos, en San Antonio, en el momento en que estaban masacrando a El Chorrillo, mientras que en el horizonte se veían luces como si fueran de fuegos artificiales en un día de carnaval. Junto a todos los vecinos terminamos en las calles de la barriada, mientras veíamos entrar el día siguiente. Muchos no durmieron en el barrio, en tanto, que a varios kilómetros, cientos de vecinos de El Chorrillo y sus alrededores, quedaron dormidos para nunca más levantarse, de eso hoy hace 35 años.
Hay muchas anécdotas para contar, pero siempre me acuerdo de una, que fue como una guion anticipado, para la serie The Walking Dead (Los muertos vivientes).
Un par de días después de la invasión, salí en un busito a la ciudad, junto a mi compadre Tutín, con un tío suyo que conducía, para llevarle víveres a un pariente del familiar de mi compa.
El recorrido era más o menos como de 20 a 30 minutos. Mientras se transitaba por la vía transístmica, se veía a nuestro paso toda clases de cosas tiradas en la calle, objetos, llantas quemadas, carros sin llantas calcinados, era toda una suciedad, como si se hubiera tratado de un estallido social.
A unos metros de una estación de gasolina, un hombre yacía muerto, boca arriba, a un lado de la calle, mientras que en la estación un señor con un rifle de largo alcance, en posición militar, vigilaba caminando de un lado a otro, en un tono desafiante, como advirtiendo que el que intente robar gasolina recibiría el mismo merecido.
Mientras el busito continuaba su recorrido se comenzó a ver a gente caminando por la calle con cualquier objeto en sus manos o sus hombros. Más adelante, cuando pasamos por San Miguelito, la gente estaba saqueando todos los centros comerciales. Gente por aquí, gente por allá, hasta con televisores y neveras en sus manos.
Era una panorama tenebroso. No había autoridad. Cualquiera te podía matar y allí quedaba tu cuerpo, en medio de la gente corriendo desesperada de un lado al lado, en busca de qué llevarse.
Pasando la Caja del Seguro Social para ir a Perejil, en donde era nuestro destino final, a lo lejos se divisaba un larga fila de peregrinos de la invasión, caminaban a pasos lentos, como fatigados por el rigor del día, llevando grandes cajas en sus hombros, uno detrás de otro, como ciclistas, cuando van por un campo empinado dando pedalazos lentos por el cansancio.
Hoy, 35 años después de la invasión, no se puede olvidar ese suceso que marcó uno de los hechos más dolorosos de la historia de Panamá, en la que siempre habrá espacio para recordar a cualquier amistad que haya sido victima de las ametralladoras de los militares norteamericanos.
Este escrito es en homenaje para los familiares de todos los fallecidos del 20 de diciembre de 1989, en que hoy, 35 años después, todavía no se tiene un número exacto de los fallecidos.
En momentos como el de ahora, en que el pueblo panameño se alistaba para vivir otra navidad, esta fue silenciada con balas, bombas, muertos y destrucción. Un triste fin de año.
¡Prohibido olvidar!
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