UNA MIRADA A CATAR
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Campo Elías Estrada
cestradacampo@gmail.com
Clasificarse a una Copa del Mundo es un privilegio para los que lo hacen, pero una vez estando allí, la cuota de sufrimiento es enorme, no solo para los pesos pesados, los que alguna vez han ganado la copa, sino que es para todos, llámense grandes o chicos.
La presión que manejan las selecciones y sus jugadores es un mundial de fútbol debe ser enorme, yo diría que más para los países donde el fútbol es como una religión, por mencionar solo a Brasil y Argentina, en donde terminar segundos es un fracaso.
Son siete partidos los que deben cargar sobre sus espaldas los aspirantes a la corona, que no son nada comparado a los juegos de una eliminatoria, una Copa América, una Eurocopa o una Liga de Campeones, porque un mundial lo es todo, es el clímax del fútbol. Para llegar a una final, el jugador tiene que sortear toda una serie de dificultades que terminan siendo agotadoras, hasta llegar a ese último juego con el que sueña todo futbolista.
Sin embargo, hoy muchos ven como si todo eso que contempla un mundial fuera como un caramelo, por ejemplo, para selecciones como Brasil, del que nadie puede desconocer la calidad de sus jugadores. No aprendemos de las experiencias pasadas con los mundiales, cada cuatro años seguimos creyendo que una Copa del Mundo se gana con nombres y solo contemplamos que el grado de dificultad para el llamado favorito vendrá únicamente cuando se enfrente a equipos de gran tradición, pero nunca con selecciones chicas como Japón, Corea, Marruecos, por mencionar solo estas tres que se me ocurren.
Hoy, esos siete partidos hay que saberlos jugar, comenzando desde la fase de grupos, porque allí también se puede fracasar comenzando el mundial, Alemania ha quedado eliminado en los dos últimos torneos apenas en sus primeros tres partidos.
En las tres siguientes fases que llevan a una final, la adrenalina sube, los partidos se hacen más complicados por todo lo que se está jugando. Las grandes luminarias y las selecciones pesadas resienten el rigor de toda la presión que se maneja en cada juego. Cuando un peso pesado recibe un gol en contra, puede ocasionar un corto circuito en el cerebro de sus grandes luminarias, que aunque tenga magia en sus pies, son de carne y huesos. Claro que se debe sentir la presión de estar perdiendo, por eso en la mayoría de los casos se desconectan, el equipo se descontrola y si tienen la mala fortuna de llegar hasta el desenlace de una definición por los penales, algunos jugadores verán el arco pequeño y malogran su cobro.
Por eso es que hoy se hace complicado pensar en que Brasil, que siempre parte como uno de los grandes favoritos, gane los mundiales, a pesar de la calidad y magia que imprimen sus jugadores en algunos partidos. Contra Corea del Sur, muchos quedaron maravillados por la exhibición de futbol, de magia y de goles de los sudamericanos, pero ante Croacia ya fue a otro precio.
A muchos les gustaría ver un juego como el que protagonizaron, en cuartos de final, Francia e Inglaterra, que para mi fue una final adelantada. En un sentido figurado, al aficionado le fascina ese intercambio de golpes, que así como emociona en el boxeo, también impresiona en el fútbol. Nos decimos, ojalá que todos los partidos fueran así. Pero es el ADN de esas dos selecciones, como la de Brasil, Argentina, y otras, que siempre la vamos a ver yendo para adelante.
Pero hay otras selecciones de menos pergaminos que no pueden irse a los golpes contra los pesos pesados, porque sería estúpido, terminarían siendo noqueados, por eso cuando enfrentan a un grande los partidos son menos vistosos para el espectáculo.
Hay que recordar que son siete partidos que deben jugarse con la cabeza, primero, y luego con los pies, sobre todo después de los octavos de final. Marruecos dio una recital de lo que es saber defenderse, pero el aficionado siempre tiene ojos para ver a los delanteros que hacen magia y que en su mayoría son los que se llevan todos los premios que da el fútbol. Pero saber defenderse también es un arte, igual o más difícil, que saber atacar.
Italia implementó el llamado Catenaccio, que tuvo sus orígenes en Suiza, con el que se educó al plantel en la manera de defender y después en saber atacar. Con ese sistema se hicieron fuertes en la liga y con su selección.
Decía el suizo Karl Rappan, un estudioso del arte de defenderse, que al no tener jugadores con las cualidades técnicas que otros rivales, pudieran ser más competitivos con una estrategia defensiva más fuerte, aunque eso significara retroceder en el campo y concederle al contrario la posesión del balón. La parte difícil, según el europeo, era "llevar la táctica absoluta sin coartar la libertad de pensar y actuar de los jugadores".
Durante los primeros 60 partidos del mundial de Catar, hemos visto selecciones que se han sabido defender ante rivales con mayor historia, sin renunciar al ataque, consiguiendo buenos resultados, caso Japón. Marruecos lo acaba de hacer en sus dos últimos partidos, claro que es natural, que a la gente se le quede más en las retinas el acoso incesante del grande sobre el rival chico, que supo defenderse y que al final salió airoso. Pero estamos hablando de siete partidos que hay que jugarlos primero con la cabeza y después con los pies, en ese sentido, el equipo marroquí lo ha hecho al pie de la letra, sin renunciar nunca al ataque. No sé si le alcance el miércoles ante Francia, en semifinales.
Cuando Brasil le marcó el gol a los croatas en el primer tiempo extra, después de unos extenuantes 105 minutos (o más), Croacia nunca decayó, mientras los sudamericanos siguieron a la ofensiva, porque eso forma parte de su ADN. Pienso que el punto de inflexión de lo brasileños se dio con querer seguir atacando, cuando en esos casos, la norma dice que hay que congelar el partido, hacer cambios en la retaguardia, para jugar con la desesperación del rival. Entonces vino la respuesta de los europeos con el tanto del empate y el triste drama en la definición de los penales.
Cada cuatro años nos dejamos impresionar con lo que primero nos muestran las selecciones, en un torneo en el que un partido es diferente al otro. España nos maravilló con su goleada ante Costa Rica, pero después fue un saco de decepción, porque no pudo repetir el espectáculo, contrario a Costa Rica, que tuvo fuerza para sobreponerse, derrotó al sorprendente Japón y luego le hizo un partidazo a Alemania.
La vez que Argentina perdió con Arabia Saudita muchos se burlaron de Messi y compañía, sin embargo, hoy los de Scolari están en semifinales, contrario a los brasileños, que habían maravillado antes del mundial con los grandes nombres de su nómina. Para los eruditos, Brasil era el campeón apenas en sus primeros cuatro partidos, hasta que vio su triste realidad frente a Croacia, que para nada importó que hubiera sido superior en la cancha, pero en su momento del gol no fue prudente para haber pensado en que había que jugar con la cabeza y terminar con el espectáculo. Jugar al contragolpe y con la desesperación de los croatas.
Y así hay otros ejemplos que muestran que en una Copa del Mundo las primeras apariencias no bastan, son siete partidos en los que hay que jugar con inteligencia. Hoy los grandes tienen que aprender a desarticular los sistemas defensivos que le imponen los chicos, y los chicos a saber controlar la ofensiva de los grandes, porque eso lo vamos a seguir viendo cada cuatro años. Cada uno a su manera intentado llegar con vida hasta ese anhelado séptimo partido.
Hoy los mundiales no se ganan solo maravillando con goles en un solo partido, hay que ser inteligentes en todos sus compromisos, el arte de atacar es tan vistoso como el arte de saber defender. Marruecos está en semifinales siendo fiel a un estilo que no cambió a la hora de enfrentar a los dos grandes de la Península Ibérica.
Las estadísticas de un partido no determinan nada en el contexto de cada selección, lo que al final cuenta en una Copa del Mundo: es cómo se ganó, no cómo se jugó.
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