miércoles, 18 de noviembre de 2020

CIEN AÑOS DE FELICIDAD

JULIO ONÍAS ESTRADA NOGUERA 

Ilustración/Daniel González



Campo Elías Estrada
cestradacampo@gmail.com

Don Julio Onías Estrada Noguera ajusta cien años hoy, 18 de noviembre de 2020. A su edad dice ser novio de su esposa María Hersilia Agreda Chávez con la que está casado desde hace 63 años.

"A los cien años, yo le digo a mi mujer que estoy de novio, que mi novia tiene 85 años y el novio cien. Que nos queremos, que estamos enamorados y que somos novios", señala el hombre centenario, oriundo de Cunchila, Nariño, Colombia, quien reside desde hace 60 años en Palmira, Valle del Cauca.

"Cien años de victoria, cien años de felicidad. La felicidad más grande es la de conocer al Señor por medio de La Biblia, hemos sufrido bastante, pero es necesario que después de tantas tribulaciones entremos en el reino de Dios. Esa es la parte principal. Por eso hoy yo estoy feliz en mi casa, rodeado del cariño y el amor de mi esposa, mis hijos y nietas", afirma don Julio Onías, mi progenitor.

Su centenario lo atrapó todavía con una mente lúcida, prodigiosa, casi intacta, aunque con el pasar de las diez décadas su cuerpo perdió la agilidad y el movimiento de sus años mozos, motivado por algunos accidentes que tuvo en su juventud y vejez, por eso desde hace unos años se sostiene a través de un caminador con el que se traslada de manera cómoda, siempre erguido como ha sido su postura. Todavía se da a la tarea de darle una vuelta a la manzana en su barrio Fátima de la ciudad de Palmira, para mantenerse en forma.



"Por dentro yo me siento bien, duermo tranquilo, no sufro de enfermedades, no tomo pastillas, estoy bien atendido. La clave es que los hijos honren a sus padres, por eso yo estoy rodeado del amor y el cariño de mis hijos. Todos me quieren, todos me aman, entonces el futuro mío es para arriba. He sufrido bastante, pero esa tribulación, dice el Señor, es leve y momentánea. Es necesario que después de tantas tribulaciones entremos en el reino de Dios" explica este roble que es sello de la familia Estrada Noguera.

Suele decir con frecuencia que por dentro está joven y que lo que hoy tiene no es por enfermedad, sino producto de los accidentes, que le mermaron sus pasos en el caminar.

Este 18 de noviembre cumplió cien años rodeado del amor de su esposa (María Hersilia), de sus cinco hijos (Clara Inés, Campo Elías, Sara Liliana, Amparo Cecilia, Juan Carlos), sus cuatro nietas (Laura Alejandra, Clara Inés, Ana Isabel y Lizeth Johanna), sus tres hermanos: Luisita, Jorge, y la religiosa Clara Inés, además del resto de familiares y amistades que le han expresado su afecto con un saludo personal o a través de internet. Cabe resaltar que sus dos últimas nietas, las mellizas Isabel y Johanna, tienen apenas cinco meses de nacidas.

EL ENTREVISTADO

En mis 25 años de ejercer el periodismo en Panamá he escrito de muchas personalidades, principalmente del deporte nacional e internacional, a muchos les hice interesantes notas, semblanzas, reportajes.



Hoy, hago un alto en el camino para escribir de mi padre: el personaje más interesante, más noble, más especial y el más importante de todos mis entrevistados. Un primero y segundo grado de primaria es lo único que reposa en su pénsum estudiantil, sin embargo don Julio, como le dicen sus amistades, se hizo un autodidacta de la vida con lo que llegó a hacerse un nombre, a procrear a seis hijos, uno de los cuales falleció a los pocos días de nacido (Mario Alfonso). Estamos frente a un hombre que asumió la responsabilidad como bandera para enfrentar a la vida, un trabajador incansable desde su niñez y un carpintero de profesión. Un ser espiritual en todo el sentido de la palabra, que le entregó su vida al Creador hace 40 años y que hoy llega feliz a su siglo de vida, levantando los brazos al cruzar la meta, a pasos lentos, como un atleta de Cristo.


Como algunos de mis entrevistados, lo abordé vía telefónica desde Panamá el pasado 2 de noviembre, para que desde Colombia me refrescara sobre lo que fue su vida, porque no cabe duda que la historia de sus cien años es fascinante. Más, tratándose de una persona que tiene buena retentiva, con una memoria casi perfecta, que le gusta hablar del pasado con lujos de detalles. Sus conversaciones, si no le haces un alto, se vuelven kilométricas, porque es muy buen conversador, siempre sacando de su mente todos los recuerdos del pasado que tiene acumulado en esa cabeza bordada con cabellos blancos y que los relata como si hubiera sucedido ayer, con la facilidad de un historiador. Tal vez si hubiéramos estado conversando juntos le hubiera acompañado una taza de café, una bebida que la ha consumido durante todo su centenario y que comienza bien de mañana con un tinto (negro) mucho antes del desayuno, en lo que es la primera de varias tazas de café que consume durante el día.




DIFÍCIL NIÑEZ

A pesar de sus "cien años de felicidad" su niñez fue difícil teniendo que hacer trabajos de adulto. "Yo nací en 1920, estuve dos añitos en una escuela rural de Cunchila entre 1927 y 1928. Mi niñez la pasé trabajando en medio de tantas cosas malas que en mis tiempos también se veían", dice don Julio, hijo de Julián Estrada y Rosario Noguera.

Uno de los recuerdos más ingratos de su niñez dice que lo tuvo como a los diez años cuando le dieron la tarea de llevar una pesada carga de papas en el lomo de un caballo a través de una montaña, en un trayecto que le tomó todo el día. Hoy, a sus cien años lo recuerda como si lo tuviera grabado en un casete.




Este es su relato: "Eso fue por una montaña en horas de la mañana donde no se veía gente, me tocó pasar por una quebrada y cuando caminaba por un lugar enlodado vino la dificultad. El caballo se quedó atascado en el barro y no podía salir de allí, se cayó, estaba de patas arriba intentando pararse. Yo me eché a llorar y a llorar viendo que en medio de ese desamparo no pasaba nadie, solo algunos pajaritos que se cruzaban. Era por una quebrada, que se metía como en un túnel de monte, y como yo era un niño me hacía ver como si viniera el duende, me daba miedo. Cuando estaba cansado de llorar apareció un señor de blanco que se llamaba Ángel, era una persona pobre, muy pobre, que siempre se lo veía casi desnudo, pero esa mañana apareció de pantalón blanco y camisa blanca. Él fue el que me sacó de esa aventura, entonces cuando terminó de levantar al caballo y la carga me mostraba cómo había quedado su ropa de sucia. Yo solo suspiraba nada más. Me dijo: 'esto es para hombres, usted es un niño'".

Recordó que llegó a la casa bien en la noche. "El pueblo estaba solo, no se veía un alma. Una vez llegué fui a dejar el caballo al potrero y al abrir la puerta de la casa para entrar todos estaban dormidos. Mi padre escuchó el ruido y me gritó: '¿ya llegaste?'. Nadie se levantó a darme un cafecito, nada, entonces sacaba una ruanita y la ponía debajo de la mesa para dormir".

Julio Onías fue el quinto de 13 hijos. Dice que durante su niñez fue solo trabajo y señaló que su felicidad comenzó "cuando ya fui joven, cuando ya salía. Las mujeres me abrieron los ojos. De allí para acá fue un cambio total, ya era parrandero".

EL CARPINTERO

Recuerda que aprendió el oficio de ebanista solo, sin que nadie le enseñara, la necesidad lo hizo ser un carpintero lo que en el futuro le dio el sostén para mantener a su familia. "Yo me crie en el abandono, pero por dentro me decía ‘algún día seré grande’ y entonces yo mismo aprendí ese oficio, sin un maestro. Con los años, mi papá que también era ebanista me preguntaba ¿cómo aprendiste? Ya cuando estaba grande y joven yo hacía mejores trabajos que él. También le hacía trabajos a mi papá. Trabajaba fuerte, era un tipazo para trabajar, pero en medio de tanta cosa que pasé en mi niñez, siempre fui un buen hijo", rememora mi padre.




Cuenta don Julio Onías Estrada que se independizó de su casa como en 1942, a los 22 años. "Yo ya trabajaba por mi cuenta en varias casas, haciendo turnos con lo que mantenía el sostén de la casa, de mi mamá y de los muchachos. Como mi papá no era cumplidor con mi mamá, a mí me tocaba pagar el arriendo y velar por mis hermanos. Mi madre me decía, 'usted no es mi marido', porque yo le daba plata para los gastos. Trabajaba desde las siete de la mañana y llegaba a la casa como a las siete de la noche a seguir trabajando en un banco de carpintería junto a un radio transitor que era mi compañía. Algunas veces cuando los gallos comenzaban a aletear y a cantar yo todavía estaba serruchando. Tenía mucha fuerza aunque a veces dormía poco. Mi madre se levantaba y me hacía una coladita".

NOVIAZGO Y MATRIMONIO

Recuerda que su salida de la casa se dio porque como cualquier joven se enamoró de una mujer de su edad en Popayán. "Me tragué (enamoré) y me fui a Popayán, en parte por eso trabajaba mucho para ir a verla, porque estaba tragado y siempre la tenía en la mente. Pero ella no quería nada conmigo mientras yo estaba locamente enamorado. Pasé por esas aventuras de mujeres y novias, hasta que por fin el Señor me escuchó y me dio a la que hoy es mi mujer".




Don Julio lleva 63 años de feliz matrimonio con doña Hersila Agreda, pero su primer encuentro fue fortuito, como caído del cielo. "Antes, le había pedido mucho a Dios para que me enviara a una novia. Le pedía que fuera una mujer que no estuviera manoseada por nadie, se lo decía frente a una pared. Que fuera esto y lo otro, hasta que la encontré".

Y sucedió de una manera inesperada. Un día mientras don Julio iba a buscar a dos jóvenes, una de ellas, de apellido Calderón, no encontró a ninguna. Quedó un poco desconcertado, sin embargo, mientras caminaba por una calle vio salir a una jovencita de una tienda. "La vi salir con un paquetico y entonces pasó por la esquina donde yo estaba parado y al pasar yo le eché un piropito. Era bonita. Por ese piropito entonces fue mi esposa, pero no fue nada fácil".

Sus primeros años con su esposa en familia.


Un tiempo después, mi entrevistado que por esos tiempos vivía en Túquerres se fue al Tambo donde vivía su prometida, para pedir su mano ante su padre, Epaminondas. Muchos antes, recuerda, alguien le había dicho en una ocasión que en ese lugar había bonitas mujeres. "Llegué allá, la solicité y su padre me aceptó porque fui solo. En esos tiempos cuando se iba a pedir a una novia se hacía con tragos, guitarra y testigos". Se casaron el 29 de mayo de 1957 en la Iglesia San Agustín, en Pasto, él tenía 35 años y su novia 22.



PALMIRA, SU NUEVA MORADA

Llegó a Palmira por cosas del destino, primero, para conocer junto a su padre a un hijo natural suyo que no veía desde que era un niño; su nombre era Carlos, residía en Cali, capital del Departamento del Valle del Cauca, a unos pocos kilómetros de Palmira. Segundo, por la muerte de su hermano Campo Elías, que fue soldado en el batallón Codazzi de Palmira y que murió en una emboscada en un monte junto a toda una compañía. Entonces dejó a su natal Nariño para radicarse en ese sector del país, conocido como la capital agrícola de Colombia.




Antes de entrar a trabajar en el batallón Codazzi, dice que colaboró como un "corresponsal" del ejército recomendando a todo tipo de trabajadores, inclusive su papá Julián trabajó allí por unos días. Sumado al hecho de que había conocido a su nuevo hermano Carlos, en Cali, con el que había hecho una buena amistad igual que con sus hijas, sus nuevas sobrinas Ángela y María Eugenia, ya en el batallón le habían ofrecido un puesto. Decidió entonces trabajar primero por tres meses, pero después de acostumbrarse a la vida militar se quedó laborando de manera definitiva por 22 años, hasta jubilarse. Entró en 1954 con 34 años de edad. En el batallón manejó un taller de carpintería grande.

Su vida en el batallón fue de civil, no de militar. Sin embargo, su hijo menor, Juan Carlos, sí tuvo que hacer el servicio militar. Pero en un par de veces don Julio tuvo que ponerse el uniforme y las botas de soldado para ir al monte junto al resto de civiles y militares, para formar parte de un simulacro y estar preparados en caso de que se necesitara de los servicios de los civiles en una guerra.

BUEN HIJO

A pesar de las penurias que pasó en gran parte de su niñez y del poco afecto que tuvo de su padre en esa primera etapa de su vida, nunca renegó de su progenitor, porque siempre se consideró un buen hijo. Mi padre siempre ha recalcado en el respeto de los hijos a los
padres y menciona un pasaje bíblico del libro Deuteronomio en el capítulo 5 con versículo 16 (5:16): "Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha ordenado, para que disfrutes de una larga vida y te vaya bien en la tierra que te da el Señor, tu Dios".

El abuelo Julíán pasó su vejez rodeado del cariño de sus hijos en la ciudad de Medellín junto a su esposa Rosario. Vivió en casa de la tía Melita, que era dueña de una casa grande  de dos plantas con terraza en Itagüi. Igual que sus otros hijos, Luisita, Jorge y la religiosa Clara Inés, quien los visitaba en sus vacaciones, siempre estuvieron atentos del cuidado de sus padres en la última etapa de sus vidas.




Una vez, cuando mi padre Julio estaba de vacaciones en Medellín haciendo trabajos de mantenimiento a la casa de la tía Melita, el abuelo Julián se divertía con sus nietos, Clara Inés y Campo Elías. Se reía a carcajadas y gozaba del rato con ellos en la terraza de la casa, mientras mi padre estaba a unos metros trabajando la carpintería. De pronto el abuelo reaccionó y mirando a su hijo le dijo, palabras más o palabras menos: "Yo nunca te hice de niño un cariño como el que le estoy dando a tus hijos". Le pidió perdón. Mi papá le contestó que no tenía que perdonarle nada, que nunca tuvo rencor y que siempre lo quiso como el padre que fue. Lo honró en vida, como a la abuela Rosario. Y así lo hicieron el resto de sus hermanos. El abuelo Julián murió a los 96 años.

SUS ACCIDENTES

Hoy, a sus cien años, don Julio se sostiene a través de un caminador, como consecuencia de algunos accidentes que tuvo y que lo fueron mermando físicamente. Por eso algunas veces se lo escucha decir de manera tajante, que si no fuera por esos percances, hoy estuviera trabajando, porque se siente todavía joven por dentro.

Mucho antes de entrar al batallón trabajó en la empresa Bavaria, en Pasto, en donde sufrió el primero de sus accidentes en la rodilla izquierda, el que lo puso a cojear un poco. "Eso fue fuera del trabajo, por andar en noviazgos y de toma trago. Me operaron dos veces y estuve diez meses en el hospital San Maritana de Bogotá". Durante todo ese tiempo ningún familiar lo fue a visitar porque para esa época el trayecto era largo y no había condiciones para hacerlo. Una vez fue dado de alta regresó a Pasto donde su madre y hermanos lo recibieron emocionados.




Como a los 70 años lo atropelló una moto llegando a su casa en Fátima que le dañó el fémur y le trastocó la cadera. Años después tuvo complicaciones en el lugar en que lo habían operado, se tuvo que reemplazar la cadera, en una cirugía en el Hospital Militar de Bogotá. Tuvo que usar una sonda por diez meses. Su recuperación fue dolorosa, pero su anestesia para calmar los dolores siempre han sido su esposa e hijos, que por lo regular han vivido en la casa o en algún lugar del mismo Palmira. Siempre los ha tenido cerca a todos, menos a mí, Campo Elías, pues hace 38 años que resido en la ciudad de Panamá.

Casi simultáneo a su última operación también tuvo complicaciones con la próstata y así como hubo temor en la cirugía de cadera, por su avanzada edad, igual pasó con lo de la próstata, por lo que hubo que pedir el consentimiento a su familia. En este último percance le habían encontrado supuestamente un cáncer, pero luego de la cirugía en la Clínica Maranatha de Palmira y el resultado de una biopsia, el resultado fue negativo.

Todos estos males lo fueron mermando físicamente, pero nunca hicieron mella en su mente que se mantuvo activa, sin problemas para recordar y siempre con ese espíritu de gran conversador.

FÁTIMA, EL BARRIO

Después de estar alquilando de cuarto en cuarto en Palmira, construyó casa en el barrio Fátima, en el que plantó su hogar. En un comienzo era un campo abierto, casi deshabitado, se puede decir que hoy don Julio es prácticamente uno de sus fundadores. Su esposa Hersilia se compró una póliza de 5 mil pesos estando en Pasto que se la ofreció un amigo de su hermana Bercelia. Por esos tiempos tenían a Clara Inés y a Campo Elías, de brazos. "Compré con miedo de que no pudiera pagarla, pero al llegar a Palmira y haber pagado la segunda cuota, me la gané y así fue que con esa plata compramos el lote, el gasto fue de 3.500 pesos y nos sobraron 1.500. Y allí hemos ido construyendo", manifestó mi madre. La dirección de la casa es calle 29 número 10-29.

Las bodas de Oro de don Julio con la señora Hersilia.



En Fátima tuvieron como primeros vecinos de la misma calle a varias familias con las que todos los Estrada Agreda tenemos gratos recuerdos. Los Jiménez, los Guarín, los Sepúlveda, los Lozada, los Benavides, los Troyano, los Gallego, los Bedoya, y atrás de la casa, la hermana de mi madre, la tía Rosa y familia. Algunos vecinos que fueron contemporáneos con mi padre y que nos dejaron bellos recuerdos ya se nos adelantaron, como don Hernando, don Marcos, don Alberto, el señor Ciro, la señora Teresita, la señora Leonor, entre otros.

AUTODIDACTA

A pesar de haber estudiado hasta segundo año de primaria don Julio se defiende al redactar, también sabe expresarse bien, sus conocimientos generales de historia, geografía, política, son vastos gracias en parte a que siempre tuvo como amigo un radio al lado de la cama. Como escuchaba emisoras de varios países estaba al tanto de lo que acontecía nacional e internacionalmente.

"Son añadiduras que el Señor nos da. Yo escuchaba mucha radio", dice. "Era todo el día, no dejaba ni dormir", agrega su esposa.




Por ejemplo, doña Hersília recuerda que su esposo siempre estuvo al tanto de los acontecimientos de Cuba cuando Fidel Castro encabezó la revolución y consiguió el poder. Fue y es todavía a sus cien años un adicto a la radio, que lo fue nutriendo día a día y gracias a su buena retentiva se lo iba grabando todo, así fue mejorando su bagaje cultural.

MÚSICA, CARROS

La música también forma parte de su entretenimiento. A sus cien años don Julio todavía se deleita escuchando la música andina, la música con arpa, principalmente la paraguaya, los pasillos, el bambuco, la música nariñense con su Guaneña, mucha música extranjera, los tangos, música cristiana. Se acuerda todavía con mucha nostalgia de canciones como las del Dueto de Antaño, los Cuyos, Garzón y Collazos, entre muchos otros.  

Junto a sus hermanos Jorge y Luisita.



Mientras escucha una pieza musical se transporta al pasado. Si se acuerda de algo y alguien está a su lado, le cuenta la historia. Como joven, estuvo en presentaciones de cantantes populares para esa época, porque la música formó parte de su juventud y hoy todavía se regocija con ella.

También le gustan los carros antiguos, cuando ve uno de juguete o en una revista sabe si es un Ford y del año que es. Algunas veces sus hijos lo llevan a ver los desfiles de autos de la vieja guardia que en Colombia se hacen con mucha regularidad. Cuenta que a los ocho años conoció el primer carro en Túquerres; un hermano lo llevó a conocerlo y cuando estuvieron en el parque junto a otro grupo de curiosos que lo fueron a ver, porque se trataba del primer carro en el pueblito, se llevaron un tremendo susto cuando el conductor pitó y se escuchó duro. Todos salieron asustados en estampida ante ese inesperado ruido. Mi padre siempre recuerda con mucho cariño ese episodio de su niñez.




Hoy guarda una colección de carros de juguetes que le han regalado. A veces los contempla, porque como la música, los autos antiguos también forman parte de su vida.

DEPORTE Y PATRIOTA

También está al tanto del acontecer deportivo. Sean Juegos Panamericanos, Olímpicos, una Copa del Mundo o lo que fuera, en el que está compitiendo un colombiano, sigue las incidencias como un fanático más. En el fútbol le hace fuerza a los dos equipos tradicionales del Valle del Cauca, Cali y América, y también a su Pasto con el que festejó cuando se coronó campeón del futbol colombiano precisamente ante uno de la región. Como es un adicto a la radio, está enterado hasta de lo que pasa en el deporte y se lamenta cuando les va mal a cualquiera de los dos equipos del Valle. Habla con propiedad sobre la mala racha del uno o del otro o en caso contrario de sus momentos gloriosos.

En una ocasión entrevisté en mi casa al técnico José Cheché Hernández, entrenador del Deportivo Cali y más adelante de la selección de Panamá. Estuvo con Amado Nunes y conversaron amenamente con mi viejo. Hasta les tomé una foto. El Cheché quedó muy a gusto con mi padre.

Junto al técnico Cheché Hernández y Amado Nunes.



Le gusta también el ciclismo. El Tour de Francia, por ejemplo, lo ve todavía a sus cien años junto con su hijo Juan Carlos, haciendo fuerza por los escarabajos colombianos. Le encanta observar los paisajes durante el recorrido de los ciclistas, se queda embelesado, atento, y suspirando con esos paisajes maravillosos. Y no solo en el tour, en cualquier evento donde se muestre la naturaleza, las casas viejas, las calles, los caminos.

Igualmente, es un patriota nato. Desde que se construyó la casa mandó a poner un portabandera en la parte de arriba, para instalarla todos los 20 de julio o en los feriados patrias. En su vejez lo hace con más fervor. Una vez me tocó pasar un 20 de julio en casa y bien de mañana mandó a poner la bandera y que sacaran una grabadora para que sonara el Himno Nacional. Nos decía que le pusiéramos todo el volumen para que la gente la escuchara, como a eso de las siete de la mañana.



    
CAMINO DEL SEÑOR

Su retentiva le ayudó mucho cuando entró en los caminos del Señor hace 40 años. Tiene una gran facilidad para grabarse los versículos de memoria, recuerdan su esposa y su hija Amparo. "Yo me convertí escuchando unas emisoras lejanas de las islas holandesas, y una
vez escuché unos mensajes que me llegaron. Desde allí empecé en el cristianismo y entonces trabajé en la Iglesia. Yo antes no sabía mucho de letras entonces leyendo La Biblia el Señor me daba por añadidura todas esas cosas. De allí viene todo", señala don Julio.

Dice su esposa que leyendo La Biblia su esposo se recordó de cosas que escuchaba de niño y cuando conoció la Palabra comenzó a recordar su niñez. "Eso de no manches con la mentiras y otras frases las escuchaba desde niño, no sabía que eran bíblicas".




En su Iglesia llegó a ser presidente de los Diáconos, de los Caballeros, de los Gedeones y también presidente de evangelismo.

En los camino del Señor comenzó a florecer por dentro algo de ese espíritu de periodista, la profesión de su hijo Campo Elías. "En la iglesia tuve un periódico informativo pequeñito, no sabía nada de eso pero aprendí a hacerlo. En él se anunciaban los trabajos y la programación de la iglesia, entonces un amigo me ayudó y luego cuando él se fue yo mismo seguí haciéndolo. Ese informativo llegó hasta Estados Unidos a la Voz de la Verdad, y en otras iglesias. Fue por unos dos años. En la Florida una amiga recolectaba unos dólares y me los enviaba para sostener el periodiquito".

Algunos años después don Julio comenzó a escribir unas tarjetas muy espirituales que él mismo confeccionaba en su escritorio en un rincón de su casa, se las regalaba a todo el mundo, pero hace meses dejó de hacerlas después de mucho tiempo. "El fin de mi vida fue que ahora perdí la vista para leer, ya no puedo leer La Biblia, me la leen. No puedo ver las letras pequeñas, pero sí a la gente o la televisión".

Así lo atrapó el centenario. Sin embargo, aclara, lo que tiene no es de enfermedad sino de accidentes, antes solía decirlo cuando se subía a un taxi acompañado de su caminador.




A principios de este año estaba satisfecho de ver su casa de dos plantas terminada, con una fachada y una terraza enrejada. Siempre soñó ver esta obra acabada, en sus oraciones se lo pedía al Señor. "Ese era mi deseo", me dijo en enero de este año. "Así la quería ver, con la terraza enrejada, con matas, y el ruido de los carros afuera".
  
Su pasaje bíblico favorito en La Biblia es del Evangelio de San Juan, capítulo 3, versículo 16 (3:16). Dice que "es el versículo clave, porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su único hijo para que todo aquel que en él crea no se pierda, mas tenga vida eterna".




Mi padre señaló que ese pasaje bíblico es para todos, individualmente para cada uno, para mí y para ustedes, caros lectores.  Y él pone como ejemplo su nombre, "en mi caso yo digo que de tal manera amó Dios a Julio, que dio su vida por Julio, para que Julio no se pierda, más Julio tenga vida eterna. Y esa es la clave total", concluyó.

En 1982 el escritor colombiano Gabriel García Márquez ganó el premio Nobel de Literatura, fundamentalmente por su novela "Cien años de soledad". Hoy, 18 de noviembre de 2020, don Julio Onías Estrada Noguera alcanzó la victoria, el reconocimiento de propios y extraños, y la gracia de Dios, con sus Cien años de felicidad.

Felicidades  papá.


10 comentarios:

  1. Mi hermano Campoelias, no me sorprende en lo absoluto esta belleza de ensayo, pero me causa una alegría inmensa leerlo. Gracias por compartir estas cosas tan admirables.

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    1. Gracias Jorge. Le había escrito a muchos y hoy me tocó hacer una crónica de mi padre. Saludos.

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  2. FELICITACIONES don Julio por ese centenario, muy pocos logran esa meta, y tambien para Campo Elias por esa bella veronica.

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    1. Gracias por los saludos. Muy agradecido. Hubiera puesto su nombre.

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  3. FELICITACIONES don Julio en su centenario, lo mismo para Campo Elias por tan hermosa crónica

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    1. Gracias por los saludos. Muy agradecido. Hubiera puesto su nombre.

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  4. FELICITACIONES don Julio por su centenario, lo mismo a Campo Elias por tan hermoso reportaje

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    1. Gracias por los saludos. Muy agradecido. Hubiera puesto su nombre.

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  5. El hermano Julio fuimos miembros del Batallón Codazzi,y ahora el hermano que más respeto y admiro.Que Dios lo bendiga siempre.

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  6. Que gusto que haya sido compañero de mi padre. Muchas gracias. Si me pudiera decir su nombre para decirselo a mi papá. Gracias.

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